Rituales fenicios.

En la Antigüedad, los primeros contactos comerciales que las poblaciones extranjeras tenían con los autóctonos requerían de un espacio sagrado en el que las divinidades actuasen como sancionadores de la actividad. Teniendo como testigos a los dioses, ambas partes encontrarían seguridad en su trato con desconocidos. Los navegantes siempre recurrían a los dioses pidiendo auxilio o agradeciendo su ayuda, sacralizando espacios donde hacerles libaciones y ofrendas. Con el tiempo, esa zona se convertiría en un santuario, pero no necesariamente con un edificio que hiciera de templo, por lo que no tienen por qué haber dejado restos arqueológicos.

Según Estrabón, quienes llegaban al Promontorio Sagrado (entre el cabo de San Vicente y Sagres) hacían rodar las piedras esparcidas en el suelo cambiándolas de posición. Estaba prohibido tanto celebrar sacrificios como acudir por la noche, pues era cuando lo ocupaban los dioses. Los que deseaban participar en el ritual debían acampar al anochecer en un paraje cercano y acudir de día llevando agua para las libaciones. Se piensa que adoraban a Dagan, sustituido después por Baal-Hammón cuando los fenicios se establecieron de forma permanente, o incluso compartido con Baal-Safón, que controla los fenómenos atmosféricos y protege la navegación. Esas piedras que se rodaban podrían ser las anclas de piedra de los primeros fenicios que llegaron y las habrían ofrecido.

El volteo de las piedras tendría el significado de solicitar un feliz retorno.

Otro ritual era arrojar voluntariamente al agua exvotos como copas, flores, miel, incienso y otros productos aromáticos al perder de vista el santuario de la diosa Astarté en Gadir.

Además, los fenicios podrían consultar oráculos y obtener favores sexuales de prostitutas sagradas, o ver el futuro de sus actovidades, a cambio de ofrendas de peces, conchas o múrice. Se decía que las conchas del templo de Cnido tenían la facultad de inmovilizar las naves, como se dice que le sucedió a Periandro.

Por otro lado, el coral rojo en lo alto del mástil junto con una piel de foca protegía de los vientos y las olas evitando el naufragio. En general, se pensaba que el color rojo protegía de los peligros del mar.

Pudo haber santuarios en el interior, lejos del mar, ya que no hay nada que honre más a un dios que expandir su culto donde no se conozca; de ahí que en la Odisea, Odiseo lleve un remo y lo deposite tierra adentro donde no se conocen actividades marítimas, como ofrenda a Poseidón.

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