Los fenicios fueron en su época una civilización que aportó un gran impulso al desarrollo del área mediterránea y estableció las bases sobre las que prosperarían las culturas íbera, romana y griega, entre otras. Además de por los metales, fueron famosos por su red comercial marítima y terrestre, el alfabeto, el vino, su cerámica y por el famoso colorante púrpura obtenido de un molusco marino, el múrice, del género Murex, y cuyo nombre en griego —phoinikes, derivado de phoinos: «rojo sangre»— identificaba tanto al tinte como al pueblo que lo comercializaba.
Hay otro elemento que les dio gran fama y que, sin embargo, ha pasado más desapercibido por la ausencia de restos materiales arqueológicos: los tejidos.
Un refrán español que quizás podría aplicarse y que hace pensar que se remonte hasta ellos es: «El buen paño, en el arca se vende». Expresaría la idea de que los barcos fenicios traían muy buen género textil. Esa fama es recogida ya incluso en la Biblia y la Ilíada:
«…de lino recamado de Egipto eran tus velas para servir de enseña; de azul y púrpura de las islas de Elisa eran tus toldos… (7). Edom… te pagaba con… púrpura, recamados, fno lino… (16). Damasco… te pagaba con… lana de Suhru… (18). Dedan era tu mercado en telas preciosas para carruajes… (20). Harán, Kanneh, Edén, Sheba, Asur y Kulmer comercian contigo… toda clase de mercancías: vestidos preciosos, mantos recamados, tapices tejidos en varios colores, fuertes y retorcidas cuerdas… (24)».
Ezequiel, 27
«Hécuba, volviendo al palacio, llamó á las esclavas, y éstas anduvieron por la ciudad y congregaron á las matronas; bajó luego al fragrante aposento donde se guardaban los peplos bordados, obra de las mujeres que se llevara de Sidón el deiforme Alejandro en el mismo viaje en que robó á Helena, la de nobles padres; tomó, para ofrecerlo á Minerva, el peplo mayor y más hermoso por sus bordaduras, que resplandecía como un astro y se hallaba debajo de todos, y partió acompañada de muchas matronas.»
Ilíada, Canto VI, versos 289-296
Por su propia naturaleza perecedera no se han hallado muestras físicas del reputado tejido fenicio. No obstante, en algunas tumbas fenicias e íberas se han hallado representaciones de tapices qur al estar dibujadas en el suelo parecer indicar que se empleaban como alfombras.
La Estela de Arados, datada en la época aqueménida hacia el siglo VI o V a.C, muestra en su fondo cinco o seis filas de representaciones de flor de loto dispuestas entre dos cenefas de trenzados, un motivo claramente oriental.
Existe otra estela en el Musée d’Art et d’Histoire de Ginebra que parece reproducir un tapiz similar, aunque más tosco, en este caso decorado con tres filas superpuestas de tres o cuatro lotos cada una, dispuestos también sobre una escena principal que ofrece dos grifos rampantes contrapuestos a ambos lados de un Árbol de la Vida (Moscati, 1968, fg. 10), relieve igualmente fechado hacia el siglo VI avanzado o V a.C.
Un hallazgo escultórico de la antigua Carmo (Carmona, Sevilla) ofrece un interesante testimonio de ropas bordadas del siglo VI a.C. que ha sido oportunamente valorado (Belén y García, 2005). El bordado consistía en un recuadro con fores de lotos entrecruzadas enmarcado por bandas longitudinales, todo ello siguiendo una composición plenamente oriental, por lo que, a juzgar por el motivo y su cronología, documenta las ricas telas recamadas del artesanado fenicio o hispano-fenicio. Su estructura en recuadros entre bandas con cenefas ofrece paralelos bastante exactos en las telas representadas en alguna terracota chipriota como los torsos de Salamis-Toumba.
Todas estas representaciones dan información de la disposición y motivos geométricos. Pero hay que destacar sobre ellas el denominado «Tapiz de Galera». Antes de 1920 se descubrió la tumba 2 de la zona I de la necrópolis ibérica de Tutugi, en la actual Galera, Granada. Pasó ignorada varios años y cuando los investigadores fueron sobre el terreno, había sido expoliada pero presentaba interesantes pinturas sobre la pared y el suelo. Había pintado:
«… ocupando todo el pavimento, un gran rectángulo de color rojo, en el que se dejaron veinticuatro espacios para figurar en ellos especies de aras, sobre las que aparecen medias lunas. Las aras se destacan, alternando por series, ya sobre fondo negro, ya sobre el blanco del enjalbegado; en las que tienen su fondo obscuro, la media luna es blanca, y al contrario en las series opuestas. Otro tanto acontece, con el motivo inferior de las aras, y sobre éstas y debajo de las lunas se divisa una línea de color amarillo.
En las paredes variaba la decoración, pues aún se conservaba un zócalo, de ocho centímetros de anchura con tres trazos paralelos; y a partir de ese zócalo se pintaron extrañas combinaciones geométricas y forales, que debieron recubrir toda la superfcie de los muros. Innumerables fragmentos de estuco, decorados siempre en rojo, yacían unos recubriendo el pavimento y otros, sin desprenderse, ocupando su lugar propio. En estos últimos se veían con preferencia fajas de hojas de hiedra y de zigs-zágs o dientes de sierra.»
Las pinturas han desaparecido en la actualidad, así que esta descripción es la única información de color de estas alfombras fenicias.
Según Almagro-Gorbea, al no conservarse los colores no es posible su análisis para conocer su composición, pero cabría suponer a modo de hipótesis que el blanco fuera el color natural de la lana, más probable en un tapiz de este tipo que una fbra vegetal; el rojo pudo ser púrpura, sin excluir otras posibilidades, el amarillo quizás se obtuviera del azafrán o de la ginesta, y el negro pudiera ser lana negra natural (Plin. nH VIII,193) o teñida de algún producto, sin excluir que pudiera haber sido originariamente azul oscuro. Pero tanto el número de 24 lotos como el uso de colores como el rojo, amarillo, blanco y el negro4, como su orientación hacia el Este confrman el carácter simbólico de la composición, propio de este tipo de representaciones y adecuada a su uso en una sepultura que, probablemente, hay que suponer regia.