En las ciudades fenicias, los dos edificios más importantes eran el palacio del dirigente y el templo. Ambos se relacionaban debido al origen divino de los monarcas y a la legitimidad divina que era obligatoria para cualquier clase de poder político.
Desde el s. IX a. C. los monarcas actuaron como grandes mercaderes que financiaban exploraciones, mantenían grandes flotas y emprendían aventurados negocios a gran escala buscando beneficios y prestigio; el templo actuaba como entidad financiera, que además aprovechaba su carácter sagrado, legitimador y sancionador de las transacciones, y recibía por ello ofrendas que lo enriquecían.
La fundación del templo en las colonias en honor a las divinidades nacionales fue bastante habitual. Supuso el traslado de sacerdotes desde Oriente que además de evangelizar y hacer actos religiosos actuaban como un mercader más, esta vez con «bula divina» que les ahorraba el pago de impuestos.
Se apoyaron en gran medida en el culto a Melkart, la principal divinidad nacional de Tiro, protectora del comercio y la navegación, y patrono de la ciudad.